Rubén.

Estos días me han venido a la cabeza algunas de las lecciones que aprendí y enseñé en la escuela. No hablo de temas de libros ni de asignaturas, sino de lecciones de vida que se suceden a veces de manera planificada y otras de forma espontánea. Entre ellas hay muchas que tienen que ver con las relaciones interpersonales. No solo de los escolares entre sí, sino también de estos con los docentes, de los docentes con las familias, o de todos ellos interactuando en una inmensa red a la que, sin duda, no hemos prestado suficiente atención. He recordado a Rubén como el mejor ejemplo de aprendizaje de convivencia.

Quizá por haber pasado unos días rodeada de un buen puñado de sobrinos y sobrinas, o por el calado de los titulares mediáticos de estos días en mi subconsciente, la memoria me ha devuelto la imagen de Rubén como el mejor ejemplo de los aprendizajes que realmente importan.

Rubén tuvo muchos problemas de relación y un temperamento impulsivo y vehemente que le garantizaba ser parte de muchos de los conflictos que acontecen en un aula y en un patio escolar.  No eran pocas las veces que estaba cargado de razón. Pero en casi todas las ocasiones la perdía por el uso de los puños, por las voces, o por la inmersión en una rabia bloqueante y repetitiva.

Más de una vez, con lágrimas de impotencia me había repetido aquello de “yo no empecé, empezó el otro”. Y siempre escuchó como respuesta inevitable “una pelea la gana el que es capaz de que termine, no quien la sigue”. Con el tiempo y después de muchas batallas perdidas, aprendió a venir orgulloso cada vez que había tenido razones para la riña, pero había optado por terminarla.

Por eso, en estos días, Rubén me ha parecido, dos décadas después, un héroe de la convivencia y un alumno excelente. Y por eso vuelvo a afirmar que las mayores lecciones son las que aprendemos en la escuela, aunque no estén en los libros ni, desgraciadamente, en los temarios oficiales.

Tocaría quizá devolver a sus años de escuela, a repetir todo lo no aprendido de resolución de conflictos y convivencia, a muchos adultos, políticos, gobernantes, periodistas, relatores, y espectadores inertes de los otros. A ver si así, con un nuevo curso de las cosas que importan, pudiéramos empezar todos a resolver problemas, aunque no los hayamos empezado, y a alcanzar acuerdos aunque nuestro punto de partida sea el desencuentro y la confrontación.

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