Hace unos días se celebraba el «Día de los bosques». Me encontraba en la lectura de este libro en el que un hombre se dedica, durante un año, a observar un espacio de bosque ya pensar.
«A pesar de este sentimiento de pertenencia, mirelación con este lugar no es obvia. Siento a la vez una honda proximidad y una distancia inefable. A medida que he ido conociendo el mandala, me he dado cuenta de mi parentesco evolutivo y ecológico con el bosque. Tengo la sensación de que ese conocimiento está tejido en mi cuero y me rehace o, más exactamente, me da capacidad de ver como he sido hecho.
Al mismo tiempo, he desarrollado una sensación igualmente intensa de otredad. A medida que observaba, he tomado conciencia de la enormidad de mi ignorancia. Incluso la simple enumeración e identificación de los habitantes del mandala se encuentran muy lejos de mis posibilidades. Comprender sus vidas y relaciones de una manera que vaya más allá de lo fragmentado es prácticamente imposible. Cuanto más observo, más me alejo de la esperanza de enender el mandala, de captar su naturaleza más básica.
Sin embargo, esa separación que siento no es solo una conciencia más clara de mi ignorancia. Alguna parte profunda de mi ha entendido que aquí no soy necesario, ni tampoco lo es la humanidad en su conjunto. Hay soledad en esa comprensión y algo conmovedor en mi irrelevancia».
(«En un metro de bosque», David George Haskell)