Acabo de llegar, viernes por la tarde y la jornada laboral se ha prolongado. Debería estar prohibido tener que trabajar después del medio día. Durante toda la semana he cumplido con mis funciones: el horario a rajatabla, los documentos actualizados y ordenados, el despacho impecable, el ordenador actualizado, … Y llega el viernes y, porque Juan ha cometido un error en la base de datos, nos toca revisar todo a todos. Debería estar prohibido, sin más. Ya llegará el lunes para revisar las incidencias con mentes frescas y descansadas.
Tengo más de treinta años. He trabajado lo suficiente como para tener experiencia y que se me valore. Sé todo de mi oficio. Pero un hombre de mi edad con prestigio alcanzado quiere disponer de su tiempo y de su vida. Bueno, quizá debería hablar en plural. Tengo mis vidas; la laboral es una, pero la familiar es otra y el ocio otra. Las comparto, pero ¡que nadie me las mezcle que me enfado! Las vidas, como un despacho o un escritorio que se precie deben estar en orden.
En cualquier caso ya ha llegado el fin de semana. Debo recuperar el tiempo perdido y cambiar el traje de trabajo por el traje de golf para mañana. Una persona respetable no solo ha de serlo, sino de parecerlo, en cualquiera de sus vidas. El Emilio Tucci y la corbata descansarán en el galán del dormitorio hasta el lunes. La elegancia de Dior me vestirá mañana; blanco impoluto y pequeños detalles de color en los guantes, las medias, las gafas y la gorra. La etiqueta discreta pero clara. Entretanto el batín de seda y un rato en el salón me vendrán bien. Juan ya estará en pijama. Me parece imposible que un director de marketing pase en pijama un solo minuto en que no está dormido.
Mañana una mejor rutina. El reloj sonará media hora mas tarde que los días de trabajo. Me levantaré rápido. No entiendo que pueda haber quien se quede en la cama después del timbre del despertador. La cafetera, permanentemente programada, me tendrá preparado el café. Y el desayuno, metódico, ordenado y saludable, será el inicio del día. Siempre tomo tostadas y una fruta.
Jugaré al golf con Rafa. Todos los sábados lo hacemos aunque a veces he pensado buscarme un grupo serio. Rafa es un poco ácrata y consigue sacarme de mis casillas. Es increible que siga trayendo a sus hijos de cuando en cuando, a las clases de golf. Los niños interfieren en las clases y ni aprenden ni dejan. No se puede ejercer de padre y jugar al golf al mismo tiempo. Son dos vidas. Ya debería haberse dado cuenta Rafa y mantenerlas separadas. No es bueno poner las cosas de mayores en mundos de pequeños; ni a la inversa. Igual en el último minuto decide no venir. No me sorprendería pues más de una vez me la ha jugado.
Pone cualquier excusa y me deja plantado:
-“Que nos llamó mi suegra para ir a comer al campo”. Y dio al traste con todo lo programado para el fin de semana. Debe de esperar una herencia sabrosa si cambia compromisos y citas habituales con una simple llamada de teléfono.
Es peor todavía como luego lo cuenta:
–“Íbamos a Toledo a cenar con mis cuñados, pero al pasar por Mora decidimos subir a visitar el Castillo. Lo llaman de Peñas Negras, pero no logramos adivinar porqué. Tuvimos que salir de la ruta en la carretera de Tembleque, y luego regresar. Pero valió la pena. Ya os mostraré las fotos que hicimos allí arriba”.
Siempre hay fotos de sitios ni previstos ni datados de las que está orgulloso. Debería darse cuenta que muestra su incultura y su poco rigor. Un hombre de su edad, si fuera un hombre serio, dejaría la visita para otra ocasión. Y se tomaría el tiempo de prepararla y conocer su historia, y las distancias, y el tiempo necesario.
Pero Rafa es así, bastante poco serio. Le esperaré mañana solo lo razonable y si a la hora prevista ni llega ni ha llamado, me marcharé a jugar al golf yo solo.
No tengo muchos planes para el fin de semana. Creo que no me importa. Salvo que la película del sábado en la noche sea de nuevo una reposición. Podría pasar por el video club a la vuelta y tener alguna peli en reserva por si acaso.
No he quedado con nadie para salir de copas, así que no saldré, me lo agradecerá el hígado. Solo tomo una copa cuando estoy fuera. Nunca lo hago en mi casa. Me suena un poco estúpido prepararme un gin-tonic para tomarlo en la soledad de mi sofá. Parece ser de alcohólicos y yo no tengo esos problemas. Puedo tomar una copa de más en una noche loca, o un whisky inadecuado después de una reunión de trabajo. Pero a mi edad no puedo decir que no a esas cosas y parecer pazguato. Tampoco soy de esos que beben con cualquiera.
Silvia, la secretaria, si es un poco de esas. ¡Y hasta presume de ello!
-“Salí con dos amigas a la Plaza Mayor, y terminé pagando unas cervezas al ex de Susana que pasó por allí”
¿Y qué hizo con las amigas? Eso tampoco es serio. Si estás con una gente pues te debes a ella y no es cuestión de ir de flor en flor con unos y con otros. ¿Y si entre ellos no se hablan? ¿Y si no se caen bien? Pues saludas y punto. Estás con tus amigas y ya quedarás otro día con el ex de Susana, con tiempo suficiente. No es de buen estilo ir mezclando amistades, obliga a mezclar temas y puede crear conflictos. Adultos responsables como nosotros somos debieran evitarlo. Silvia debería darse cuenta sola. Yo no le diré nada pues pudiera enfadarse, pero se comporta a veces de manera infantil e irresponsable.
Voy a apagar el móvil. No quiero que perturben el descanso del viernes. Es mi vida privada y debo respetarla. En cuanto den las once tengo que irme a dormir. Me he ido a dormir a esa hora todas las noches durante muchos años. Creo que desde que conseguí el trabajo. No cambiaré ahora mi bioritmo; tampoco es necesario.