Jerónimo (II).

¡Qué suerte que has querido salir conmigo! Pensé que iba a disuadirte la amenaza de lluvia y que tendría que pasear sola. No me importa, estoy acostumbrada a hacerlo, pero siempre es mejor pasear en compañía. Es curioso ver como mantienes tu imagen. Yo sin embargo, hoy voy disfrazada de nadie, con mis viejos vaqueros y las zapatillas gastadas.

Tengo que agradecerte tu compañía. Nunca te has quejado de mi abandono, ni tampoco de mi reencuentro.

¿Recuerdas cuando nos conocimos? Yo cumplía quince años  y mis tías te trajeron de sus continuos viajes por mercadillos de la costa. La venta de piel era su trabajo, y casi su vida, y en ella te encontraron. Tú quizá sepas por qué te eligieron. Yo nunca supe si lo hicieron porque eras el último grito o porque te ibas quedando desfasado entre nuevas modas. El caso es que desde entonces has sido mío, mi fiel Jerónimo.

Debemos caminar rápido, porque aunque todavía no llueve, el viento es fresco. Agradezco caminar rápido para mantener el calor. Quizá no debimos salir. ¿Tú qué piensas? Has visto muchas lluvias y creo que no te importará si hoy, conforme a los pronósticos, nos toca mojarnos. Bueno, igual incluso lo agradeces, porque el otoño es tu estación; tienes ese color ocre de las hojas secas y el tacto cálido, pero sin agobios, de la piel. Y hoy es otoño y quizá haya sido el mejor momento para devolverte a la vida. Eres además una cómoda compañía, tu forma rectangular te hace cómodo en bandolera.

¿Qué pensaría Alicia si nos viera? Eres un poco hippie y ella siempre dice que no me pegas. Siempre lo ha dicho y, aunque es curioso, ha tenido en mí un efecto y el contrario. ¿Crees que soy poco estable? A veces ese comentario me ha hecho devolverte al fondo del armario o al olvido del perchero. Sin embargo, en otras ocasiones, la misma afirmación me ha ayudado a afirmarme y mantenerte como compañero invariable. Hubo una temporada en que te saqué a diario, ¿te acuerdas? Creo que estaba en plena crisis de los treinta (está bien tener una crisis al menos en cada década). Había empezado a trabajar en un puesto “importante” y eras casi mi único enlace con el pasado; como si el ascenso laboral me alejara de mi vida anterior y te necesitara de puente. ¿Te he dado las gracias por hacerlo? Quizá fueron solo tonterías y te asumí como compañero por tu forma de saco informe, con flecos a los lados y costuras vistas, solo como pequeña excusa de chica esnob.

Sin embargo has sido compañero imprescindible en multitud de viajes. Vamos a recordar algunos.

¿Te acuerdas de mi regreso de Escocia, después de un año de becaria? Venías  lleno de chocolatinas y jabones para aliviar de peso el equipaje. ¿Y cuando volvíamos  de un puente en Dublín, con tostadas, fiambre y manzanas para todo el grupo? No habría pasado nada si además no me hubiera dejado la navaja dentro, pero ¿cómo íbamos a partir el salchichón sin navaja? Te metí en un buen lío. A la mujer policía del control del aeropuerto no le hizo mucha gracia y amenazó con detenerme a mí y destruirte a tí. Se quedó con todo el embutido y la navaja, pero te devolvió a mis brazos y el resto del grupo celebró tu liberación, la liberación de Jerónimo. Creo que es la vez que más cerca estuve de perderte. También hemos estado juntos en Estambul, en Barcelona y en París. No te llevé a Nueva York porque la mochila de Coronel Tapioca se me antojó más útil. Espero que no me lo tengas en cuenta.

Me pregunto cual ha sido tu última salida, antes de la de hoy, que casi está acabando.  Veo que conservas una pegatina en el asa, que he llevado cruzad en bandolera durante todo el paseo. Me identifica como interventora en mesa electoral hace dos elecciones generales, así que, si el cálculo es correcto, debe hacer siete años de tu última excursión. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Iba a quitártela, pero si la has llevado desde entonces no debe hacerte daño. Mejor espero a que el tiempo la elimine o la sustituya.  Creo que te llevé también al hospital cuando nació María, pero entonces no te dejaron ninguna marca.

No sé cuando volveremos a salir juntos.

Voy a dejarte, por si acaso, reposando en el perchero del vestíbulo. Quien sabe si el último gran jefe apache, retratado sobre la piel de tu solapa, vigilará la entrada.

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