A veces,
tengo el vicio de agarrar todo el dolor del mundo
y toda la alegría;
y recoger todas las ilusiones
y todos los anhelos.
Y los sueños.
A veces
tengo el hábito de llevarlos conmigo.
Sentarlos a mi mesa.
Ponerlos en mi almohada.
O montarlos conmigo en el coche.
Y en esa práctica de soledad viajera,
(dolor, alegría, ilusiones, anhelos y sueños),
ellos conmigo y yo con ellos,
viajamos sin rumbo definido,
sin destino.
Disfrutamos de un coche cargado de poesía.