Reescribiendo a Rymond Carver.

20130407151114-200px-raymond-carverReescritura de Mecánica Popular de Raymond Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor, 1974-1981). Propuesta de Santiago en el curso de Un Cuarto Propio en Ciudad Real, octubre de 2011.

“El día de los hechos amaneció nublado, pero con mejor temperatura que el día anterior.

Terminé de recoger mis cosas. Lo que quería llevarme entraba en una maleta y la tenía abierta encima de la cama. Había guardado la ropa; solo un par de trajes y una equipación deportiva, la bolsa de aseo y un par de libros. Estaba revisando la documentación que me llevaba, el pasaporte, la cartilla del banco y el DNI. Sólo quedaban encima de la cama algunas fotos que para mí son importantes y me quería llevar. Una de mis padres, otra de nuestra boda y la más reciente del niño que había estado hasta entonces en el mueble del salón.

Ella entró y se quedó mirando las fotos. Yo pensé que no quería que me llevara la de la boda y estaba preparado para responderle que, aunque se había terminado, era una parte de mi vida a la que no renunciaba. Sin dejar de mirar a las fotos empezó a hablarme, al principio de manera civilizada. Me dijo muchas cosas; que era lo mejor para todos, que tenía que pasar, que se alegraba de que lo hubiéramos resuelto y no sé qué más. Pero a medida que hablaba ella sola se iba calentando, subiendo el tono y adoptando a intervalos una actitud amenazante con periodos de llanto entrecortado. Creo que estaba entrando en un ataque de histeria y no le respondí porque sabía que contestar en ese estado siempre era contraproducente.

Cuando vio que me giraba a coger mis gafas de la mesita de noche, cogió arrebatadamente la foto del niño de encima de la cama y salió corriendo hacia la cocina insultándome a voces mientras lloraba. No recuerdo todo lo que decía, pero entre insulto y reproche me gritaba que se alegraba de que me fuera, de que la dejara en paz. Yo no perdí la calma, aunque me costaba, pues me estaba pareciendo una rabieta de niña pequeña que había que frenar como es debido. No le toqué un pelo.

La seguí despacio hacia la cocina donde la encontré con el niño en brazos, llorando también. Lo apretaba tanto en su ataque de locura que estoy seguro de que le hacía daño. Le ordené un par de veces que soltara al niño y lo mantuviera al margen de nuestras disputas. Le dije que yo también soy su padre y me lo quería llevar, por lo menos hasta que ella estuviera más tranquila, y después en los periodos que acordáramos. Pero cuanto yo más le hablaba más apretaba ella al pequeño. Temí que le hiciera daño, así que no me quedó más remedio que acercarme a ella e intentar liberar a mi hijo, aunque fuera por la fuerza.

El resto no sé exactamente como ocurrió. Ella había dejado de llorar y yo de darle órdenes. Una maceta de perejil que solíamos tener en la encimera cayó al suelo y golpeó al niño que había caído primero.

El final usted ya lo conoce y solo querría añadir una cosa. Si el día anterior no hubiera nevado o si yo no hubiera hecho caso de la DGT, creo que nos hubiéramos ahorrado este incidente. Ella y yo habíamos acordado que me iría, pero como amaneció nevado, la Dirección General de Tráfico aconsejó no salir a la carretera de no ser estrictamente necesario. Por eso me quedé un día más”.

El imputado lee nuevamente la declaración, escrita de su puño y letra, y la firma, pausadamente. Sin mediar palabra, entrega el folio al abogado de oficio que le ha sido asignado y permanece sentado, sin inmutarse, en la mesa del despacho de la comisaría.

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