Todas las niñas y todos los niños deberían tener una caja de los tesoros, ¿verdad?
Aunque la caja de los tesoros de cada uno es una caja muy particular.
Yo he tenido varias cajas de los tesoros a lo largo de mi vida. La primera que recuerdo fue una caja de zapatos de bebé. Las cajas de los zapatos de los bebés son de cartón, como casi todas las cajas de zapatos. Pero son un poco pequeñas, porque los bebés tienen unos pies diminutos, y usan unos zapatos muy chiquitines. En realidad los bebés casi no necesitan zapatos (porque no caminan), pero a las mamás les gusta ponérselos porque si no les parece que van un poco desnuditos.
En realidad yo creo que las mamás ponen zapatitos a sus bebés para que no les digan a ellas que les llevan a medio vestir. Pero esa es otra historia.
Os estaba hablando de mi primera caja de tesoros que fue una caja de zapatitos de bebé. Creo que eran de los zapatitos de alguno de mis hermanos.
¿Qué por qué la escogí como caja de tesoros? Porque era de cartón fuerte, de colores alegres y sobre todo, porque cabía debajo de mi cama y la podía esconder sin mucho esfuerzo.
No se pueden dejar los tesoros a la vista de todos, porque los tesoros tienen un poco de secretos, y si están a la vista dejan de ser secretos y dejan de ser tesoros.
Es curioso, que recuerdo más mi primera caja de tesoros que los tesoros que contenía.
Antes de tener una caja para guardarlos tenía un libro viejo, de esos que no dicen nada y se quedan desfasados y entre sus hojas guardaba recortes.
Si, recortes de papel con formas que arrancaba de viejas revistas o de papeles usados. Por ejemplo guardé durante mucho tiempo una foto de los reyes porque era la primera vez que veía una corona casi de verdad.
También guardé una foto de una bicicleta y cada vez que la veía pensaba que algún día tendría una igual. Era como tener un anticipo del tesoro, porque una bici de papel recortado no vale para mucho, solo para recordarte que quieres una bici de verdad.
Pero llegó un día en que quise guardar un tesoro que no era de papel, y el libro viejo ya no me servía para guardar mi recién adquirido tesoro entre sus páginas. Fue cuando encontré, en el campo, una piedra totalmente redonda y le escribí mi nombre. Como no la podía guardar entre las páginas de mi libro “guarda tesoros”, la mantuve muchos días en el bolsillo. Pero era un lío, porque tenía que cambiarla de bolsillo cada vez que me cambiaba de ropa. Mi madre incluso se enfadó un día porque lavó mis pantalones con la piedra en el bolsillo, y dijo que podía haberse averiado la lavadora.
Así que llegó el momento de buscar una verdadera caja de tesoros. Y la caja de zapatitos de bebé me sirvió.
Moví todos los recortes de mi viejo libro al fondo de la caja. Mi bicicleta, una muñeca con vestidos de quita y pon, un paisaje de mar que me parecía muy lejano, … y hasta la foto de los reyes con corona.
Y encima de todo puse mi piedra redonda.
Después fui incorporando otros tesoros según aparecían en mi vida.
Por ejemplo el primer diente que se me cayó. Porque el ratoncito Pérez no se sabía la dirección de mi casa y no pasó nunca por allí. Pero gracias a eso conservo mi primer diente, aunque ha pasado de caja en caja. También guardé el lazo rojo de un vestido blanco que me gustaba mucho y se me quedó pequeño. Lo usó mi hermana que era más pequeña; pero sin lazo, porque el lazo me lo quedé yo entre mis tesoros.
Así llegó un día en que la caja de zapatos de bebé se quedó pequeña, y fui buscando otras cajas donde guardar tesoros.
Cada vez que cambiaba de caja, había algunos tesoros que ya no me lo parecían tanto, y dejaba de guardarlos.
Tiré la foto de los reyes cuando supe que las coronas solo eran importantes en algunos cuentos. Y el recorte de la bici cuando tuve la primera bicicleta de verdad. Bueno, la compartía con todos mis hermanos. Pero siempre era mejor una bici de verdad, aunque fuera compartida, que una propia en la que no puedes montar.
Pues eso, que cada vez que cambiaba de caja había tesoros que dejaban de serlo y otros que aparecían por primera vez. Así llegó hasta allí una pulsera de bolas de colores, unos cromos de futbolistas, algunas monedas extranjeras, … y hasta alguna carta de novios que nunca llegaron a serlo.
¿Sabéis?
Todavía hoy tengo una caja de tesoros, pero es imaginaria. En ella guardo los mejores recuerdos y las mayores ilusiones.
Durante muchos años solo los he guardado de manera imaginaria, pero como ya soy un poco más viejita y corro el riesgo de olvidarlos, voy a empezar a poner papelitos que cuenten las cosas de las que no me quiero olvidar nunca.
Hoy por ejemplo, voy a poner un papel en el que diga que he hablado de mis cajas de los recuerdos a las niñas y niños de Ciudad Real, y que me han escuchado, y que les he animado a tener siempre una caja de tesoros, de sus tesoros.
¡Y que lo importante no es la caja! ¡Son los tesoros!
Gracias por la historia.
LOS BOLSILLOS TAMBIÉN CONTIENEN TESOROS
Cuando acabo la lectura de Mis cajas de los tesoros, me recuerda a los bolsillos de mis chaquetas, cazadoras y pantalones. Si saber bien la razón, mis bolsillos contienen pequeños tesoros, sin saber tampoco cómo llegaron al bolsillo: una piedra del colegio con forma de corazón, un cuarzo que regalé y luego me lo regalaron a mí, un bolívar que apareció en un despacho, una papeleta del gorrino de San Antón y hasta dos clavos enroscados que se engarza uno con otro. Todos viven en los bolsillos. Cuando cambias de chaqueta, cambias de tesoros.
Hay tesoros encajados en nuestra memoria igual que una pieza en un gran rompecabezas, que jamás osarías quitar para no romper el equilibrio del mismo, su perfección y su belleza, tesoros buenos y tesoros menos buenos, tesoros llenos de color y luz y tesoros a los que miras con los ojos entornados, oscuros. Y también hay cajas atesoradas a lo largo de tu vida que te acompañan y te recuerdan que dentro existe algo que tuvo vida, que tuvo su momento de gloria y te despertó la imaginación dormida. Hay muchas veces que piensas……… ¡menos mal que existe la caja!