“… cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible”
Del film “When Harry met Sally”
No es por San Valentín. Ha sido mi propia decisión dejar entrar a la primavera en casa desde hoy, y si es posible, ayudarla a quedarse durante el resto de mi vida. Diez minutos de conducción al vivero y cincuenta euros han hecho el resto.
Ahora miro las plantas, apretadas en cajas, y la casa vacía y no sé cual de las dos cosas me produce más tristeza. Pero debo empezar a distribuir primavera antes de recaer en la tristeza. Geranios en las ventanas de arriba; lucirán más. Petunias en el jardín de la entrada, en las jardineras que algunos inviernos tuvieron tulipanes.
Nos casamos apresuradamente porque estábamos enamorados. Me convenció con poco: un ramo de tulipanes y unas pocas palabras. Las copió de la primera película que vimos juntos y sonaron tan ciertas que yo di por sentado que el resto de mi vida había empezado allí. ¡Y que no acabaría hasta que terminara la vida misma! Debí haber sospechado que algo estaba fallando cuando dejamos de sembrar tulipanes.
¡Qué lejos aquellos inviernos en los que íbamos a convertir en hogar la nueva casa! ¡Era una casa para envejecer hasta que, algún día, la llenaran los nietos de nueva juventud!
Pero ahora se ha ido.
Nunca creí que lo haría. Un día que amaneció como cualquier otro terminó con su ausencia a la hora de vuelta del trabajo. Una llamada de teléfono fue explicación y despedida: ”Sabes que te quiero, que no permitiré que nadie te haga daño, pero esta querencia no es ya el amor de los enamorados, y ese, quiero encontrarlo si es que existe”. No articulé respuesta, ni siquiera lágrimas. Recordé sus palabras cuando, escondiendo un ramo de tulipanes pálidos me pidió matrimonio: “Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible. Empecemos el resto de nuestra vida ahora”. Pero no supe qué parte del resto de la vida había fallado ni de quién fue la culpa. Después hemos hablado y todavía no entiendo qué ha pasado.
Ahora ya no soy capaz de recordar otras disputas, aunque sé que existieron.
El dolor de la soledad me borró la memoria. Cuando la almohada se vuelve oscura y la cama se hace grande, siento el auricular pegado a mis oídos y entonces, cada noche, sus palabras retumban como un eco obsesivo. Desde que fueron dichas he querido enloquecer con ellas. Hasta ayer. Después de un río de lágrimas esperando un San Valentín que nunca llegaría, decidí abandonar la locura que tampoco iba a llegar. Y salí a comprar flores para la casa.
Por eso estoy aquí.
Desde esta ventana se ve un poco del jardín, el borde de la piscina y el olivo. Tenía que haber comprado algún rosal para esa zona; se ve descolorida. El poco césped que dejamos está pasando a mejor vida y no se me ocurre cómo salvarlo. Lo dejaré morir como los tulipanes.
En el fondo, se ven lindas las flores metidas en sus cajas. Por eso les hice algunas fotos que he colgado en mi «face». He escrito tan solo algunas frases que verán mis amigos. No quiero a otros extraños hurgando en mi perfil. Él las verá; aún figura en mi lista.
“No es por San Valentín. Ha sido mi propia decisión dejar entrar a la primavera en casa desde hoy, y si es posible, ayudarla a quedarse durante el resto de mi vida”.
Mejor pongo en mayúsculas las cuatro últimas palabras. Entenderá el mensaje.