No tengo muy claro si la noche es tiempo o es espacio. Espero una respuesta en noches de verano, cuando la noto llegar con calma y deseo al mismo tiempo que se acabe. Y así a veces el tiempo pasa solo y el día me encuentra habiendo olvidado la respuesta que pude encontrar.
Así la paso hoy, con el sosiego de un balancín cuyo movimiento pendular y solitario se convierte en la única medida del tiempo de la noche y del espacio ajeno a la oscuridad en el que me hallo. La bipolar que hay en mi me acompaña y no se acopla a un reparto regular e intermitente del ida y vuelta del lúdico péndulo.
Si yo observo la luna para decidir que mengua, me responde con euforia y me cuenta las ventajas de que en una noche como hoy sea creciente e ilumine los planes de placer de las próximas noches. Entonces me respondo con inexplicable calma que no debería hacer planes para noches oscuras que es mejor reservar para la soledad y el descanso. Y a la velocidad de mecedora de noche de verano, la otra yo, abandona el pensamiento y la mirada de luna para ponerse a contar estrellas, como quien cuenta ovejas o recuerdos para llamar al sueño. Pero no quiero dormir así tan pronto, e imagino que los puntos de luz pintados en el cielo son espías diligentes del ir y venir constante de la vida. Y la otra voz que me acompaña empieza a identificar algunas de ellas; Casiopea, Perseo, Osa Mayor, … Y de nuevo, con calma, recuerdo el Lucero del Alba, único astro que supo identificar mi abuelo pese a las muchas noches de dormir al raso, y ni siquiera supo si era estrella o planeta. “Ni falta que le hizo” insinúa la voz que estaba más callada entre mis voces.
Me despisto con una estrella que se mueve y no es fugaz, y me responden, con la certeza de quien cree saberlo casi todo, que es uno de los aviones rumbo al sur que surcan el cielo con demasiada frecuencia. Entonces el meneo de la hamaca me recuerda unas vacaciones remotas y un avión hacia el norte al que me volvería a subir para vivir una aventura aún a riesgo de que saliera mal. Y el otro yo de nuevo me rebate evocando las ventajas de la estabilidad.
Y así, la bipolar que me habita, pasa la noche entera de un pensamiento a otro; de lo mismo, al contrario; de la vida, a los sueños; del recuerdo, al deseo; del temor, a la duda; del silencio, a las voces. Y al final, amanece con la única certeza de que pasó la noche, y el columpio oscilante, no me da la razón ni me la quita, solo me acuna en esas pocas noches en las que me permito, mirarme yo a mis ojos, los del alma.
Espero que esa bipolaridad de la que hablas, nunca te falte, pues de ella, estas bonitas reflexiones y formas de mirar al cielo, que te hacen una persona sensible y firme..no dejes de escribir😀
Hay muchas Bipolares por ahí….algún día ya solo tendremos una sola mirada.