Dedicado a mi ya amiga Pilar, a quien me ha faltado preguntarle qué se escucha en la cima de una montaña.
En mis silencios nocturnos,
siempre ladra un perro;
y mis amaneceres solitarios
terminan en un pájaro cantor.
Desde la compañía de lo habitado
disfruto del sonido del silencio.
Cuando no hay voz ni palabra,
ni música, silbido o canto en el entorno;
en la ausencia de ecos y susurros,
el sonoro silencio me acompaña.
Y a veces, me hechiza con su habla
Y me lanza preguntas como un reto:
¿Cómo suena el agua al congelarse?
¿O que sonido emite la forja de una idea?
¿Hay música en la entraña de una gota de agua?
¿Susurran entre sí las mariposas?
¿Algún ruido acompaña a una flor al crecer?
¿Con qué nota se escribe una caricia?
¿Por qué puede gritar una mirada?
¿Cómo suena la luna al eclipsarse?
Ciertamente el silencio no existe,
o es un traidor dispuesto a la emboscada.
El agua al congelarse crepita,
como los gatos, las ideas ronronean,
en la espesura del agua el sonido se agrava,
las mariposas silban a la brisa,
cuando el lirio marchita sollozan sus hojas,
campanas de gloria para las caricias,
las miradas chillan y a veces callan
…el eclipse de luna esta noche está haciendo sonar las olas del mar
las oís?
Las montañas emiten Cantos de Sirena. Como Ulises, debemos amarrarnos a la balsa para no sucumbir a su traicionero hechizo.
A veces el más traidor es el silencio de madrugadas como esta en la que se niega a dar tregua ni te permite cerrar los ojos…