Me he regalado hoy, 8 de marzo de 2020 este poema de Gioconda Belli.
Recuerdo el terror de las primeras arrugas.
Pensar: Ahora sí. Ya me llegó la hora.
Las líneas de la risa marcadas sobre mi cara
aún en medio de la más absoluta seriedad.
Yo, frente al espejo,
intentando disolverlas con mis manos,
alisándome las mejillas, una y otra vez,
sin resultado.
Luego fue la mirada furtiva de mi reflejo en los escaparates
preguntarme si la luz del día las haría más evidentes,
si el que me observaba desde la otra acera
estaría censurando mi incapacidad de mantenerme joven,
incólume ante el paso del tiempo.
Viví esas primeras marcas de la edad
con la vergüenza de quien ha fallado.
Como una estudiante que reprueba el examen
y debe caminar por la calle
con las malas notas expuestas ante todos.
Las mujeres nos sentimos culpables de envejecer,
como si pasada la juventud de la belleza,
apenas nos quedara que ofrecer,
y debiéramos hacer mutis;
salir y dejar espacio a las jóvenes,
a los rostros y cuerpos inocentes
que aún no han cometido el pecado
de vivir más allá de los treinta o los cuarenta.
No sé cuándo dispuse rebelarme.
No aceptar que sólo se me concedieran como válidos
los diez o veinte años con piel de manzana;
sentirme orgullosa de las señales de mi madurez.
Ahora,
gracias a estos razonamientos
cada vez me detengo menos frente al espejo.
Paso por alto la aparición de inevitables líneas
en el mapa de vida del rostro.
Después de todo, el alma,
afortunadamente,
es como el vino.
Que me beba quien me ame,
que me saboree.
…la EDAD VIVIDA la marcan exactamente esas SEÑALES= ARRUGAS
(y son las que LO PREGONAN, positivamente!!!), ya que la edad del D.N.I. solo se arruga por llevarlo en una posición incómoda.