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27 de marzo de 1968

La casa se ha ido llenando de actividad. Hace una semana vinieron los abuelos.

Hoy, al caer la tarde llamaron también a Vicenta, la vecina que es como si fuera parte de la familia. La fecha es la prevista y María parecía estar de parto. Los dolores iban en aumento y, aunque las aguas estaban en su sitio, procedía ir preparando el acontecimiento.

A la niña mayor se la llevó una prima. Tiene apenas dos años y había empezado a ponerse nerviosa con el revuelo instalado en la casa. La madre ha preguntado varias veces por ella. Después ha preparado una pequeña bolsa con algunos juguetes y una muda para que se la lleven.

En la sala la radio está encendida. Solo el abuelo parece hacerle caso, aunque a veces una cabezada involuntaria le sorprende y descubre que ha perdido el hilo del discurso. Escuchaba una novela antes de la cabezada y están hablando de toros cuando reacciona.

Ramón ha ido a avisar a la matrona. Cuando le ha dicho que los dolores aún están distanciados y que no ha roto aguas, lo ha mandado de vuelta en solitario. Tendrá que volver a buscarla cuando todo esté más cerca. Quizá se pase ella antes si termina su ronda y sus obligaciones antes de nuevo aviso. Ha pedido que preparen toallas y tengan agua caliente, que compren algodones y unos botes de alcohol.

No ha gustado a Ramón que le den largas. Además no está la tarde para andar saliendo a cada rato. Hace frío de invierno, sin lluvia ni humedades, pero frío de hielo que congela los huesos. La noche amenaza con ser peor porque empieza a hacer viento.

Entretanto María ha estado yendo de la mecedora a la cama por momentos y con ello cambiando de la sala a la alcoba. Siempre la sigue alguien, su madre o la vecina. En el fondo desearía que no hubiera tanta gente, pero agradece a todos las atenciones y cuidados que le dispensan.

Los líquidos han empezado a fluir y su madre y Vicenta, le han ordenado quedarse en la cama mientras esperan la vuelta de Ramón con la matrona. Se le hace grande para ella sola. Su madre ha puesto sábanas limpias y alguna entremetida para proteger el colchón. Quiere dormirse, pero cuando está a punto de lograrlo, de nuevo el dolor punzante la despierta. Aprieta los labios y los puños para no gritar y coge el pañuelo que le han dejado en la mesilla para morder, pero el dolor remite y solo lo encierra entre sus dedos.

Ramón ha llegado a casa. Pasó por la farmacia. Toma un vaso de leche preparado por su suegra y se dispone a bajar para sentarse al lado de la cama de María. Desde la puerta escucha que están dando noticias en la radio; hablan de una guerra en Vietnam que imagina tan lejana como cruel. Por la ventana se escucha el viento que sopla cada vez con más fuerza. El árbol del jardín se agita con intensidad creciente, como también es creciente es la oscuridad de la noche que llega.

Acaba de entrar al dormitorio cuando alguien golpea el llamador de la puerta. La conoce por la voz, la comadrona se ha adelantado al segundo llamado. Lo agradece, no quiere andar por las calles en una noche que se presenta tormentosa, pero menos quiere volver a dejar sola a María.

La mujer, alta y delgada, con su maletín de trabajo apretado en la mano derecha camina hacia la alcoba. La recuerda del anterior alumbramiento. Es además la única habitación de la planta baja con la luz encendida y, para cuando ella alcanza la puerta, Ramón está asomado aguardándola. Intercambian unas frases que no llegan a conversación mientras se acercan a la cama: la mala noche escogida por la criatura para nacer, el estado de la parturienta y los preparativos realizados.

La vecina entra en el cuarto detrás de ellos y cierra la puerta.

La abuela sube al comedor y regaña a su marido que, ajeno a la radio y al momento, ha dado una nueva cabezada.

Al cabo de un periodo incalculable, la vecina irrumpe en el comedor. “Es una niña”  – dice – “y las dos están bien”.

En la radio, que sigue encendida aunque nadie le hace caso, una voz femenina con acento extranjero canta “Cállate niña, no llores más, …”

Por un momento quien se calla es la radio y en su lugar, un golpe de viento sopla afuera y hace estremecerse la casa como si el temporal hubiera nacido dentro de ella.

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