¡Habla, pueblo, habla!

Hay veces que un grupo de personas habla como una sola voz; entonces no es necesario hablar más veces. En otros casos las conversaciones se alargan. Para intentar convencernos unos a otros, hablamos, repetimos y argumentamos hasta la saciedad. Entonces no es infrecuente que, incluso, vayamos modificando nuestro criterio por influencia de los unos y de los otros, por cambio de circunstancias o por ponernos en puntos de vista que hasta entonces desconocíamos.

En breve estaremos votando nuevamente. La convocatoria a las urnas llega, esta vez, solo seis meses después de la anterior. Oigo a algunos decir que no votarán, que votar cansa. Mi reflexión es sencilla. Se basa en mi convicción de que votar es la mejor forma que conocemos de que el pueblo, entero, hable.

Hay veces que el hablar de un pueblo suena como un clamor mayoritario y casi unánime y llena las urnas de una mayoría absoluta que hace incuestionable la formación del gobierno y las decisiones pendientes. Con una voz tan clara, no es necesario decir más, ni repetir las urnas.

Sin embargo cuando el discurso es confuso, lo necesario es seguir hablando. No es  para convencerse; es para alcanzar el acuerdo necesario. Siempre hay quien querría imponer su criterio apelando incluso a la eficiencia o a la cualificación de unos pocos.  También están aquellos que, si la conversación se alarga, gritan más. Otros intentan acallar a los otros. Y algunos escogen el silencio por propia iniciativa y dejan en las voces de otros el acuerdo. Se trata de evitar el trabajo de convencer y convencerse; de ahorrar el compromiso de ser parte.

Si eso pasara en un grupo de amigos que deciden la cena, contaríamos como anécdota irrelevante que alguna vez cenamos a disgusto.

Pero cuando se trata  de decisiones grandes, las voces que se pierden empequeñecen la decisión que finalmente se adopte. En democracia, la mayor decisión es la que dan las urnas. Callarse ante la urna, es privarnos a todos de formar una voz grande, la que más voces sume, la más cargada de razones.  

Hay decisiones que se toman en un momento. Incluso hay decisiones colectivas que llegan a ser casi unánimes que se escuchan con rotundidad y se adoptan en un instante. Por el contrario hay otras que necesitan tiempo. Se construyen con muchas voces que sumamos todos aunque sea en medio de un enorme griterío que no permite que se resuelvan en un día. En la decisión del próximo gobierno estamos en este último caso.

Por eso no es tiempo de que nadie nos pida que callemos. Ni es tiempo de callar por cansancio ni por miedo. Porque las urnas silenciosas empequeñecen nuestra voz colectiva.

Por eso yo también votaré el 10 de noviembre.

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