Sentir como propia la vergüenza ajena.

Atrás queda un año en el que sentí en más de una ocasión vergüenza ajena.

Y así lo pienso sentada en la mesa en la que en unas horas compartiré mesa y mantel con niños y mayores. Si leyeran los pensamientos que cruzan por mi mente, encontrarían imágenes que me hacen sentir culpable de comportamientos que no me son propios pero que no son ajenos a lo humano.

Un año cargado de ocasiones en las que responsables públicos se han mostrado más preocupados de garantizarse un espacio de poder que consideran propio que de cumplir la vocación de servicio que se les supone. Trescientos sesenta y cinco días en los que he visto ciudadanos y ciudadanas mirando para otro lado, como si fueran ajenos a las decisiones colectivas, siempre que no afecten a sus bolsillos o a sus intereses. Urnas, cerca y lejos, que legitiman fanatismos alejados del sentido común y de la convivencia. Doce meses para ver, casi continuadamente, a maestros de la noticia y de la palabra que no ejercen ni siquiera como aprendices del debate ni del entendimiento.

2016 ha hecho que me sienta avergonzada de existan personas obligadas a salir de su tierra huyendo del horror y de la guerra para buscar la paz hasta en ninguna parte. He sentido el bochorno de saber de congéneres míos, tan llenos de maldad como para viajar disfrazados de sufrientes; nuevos lobos vestidos de cordero, que usan el dolor de otros para llevar más horror y más miedo de sitio en sitio.

Un año que se agota y deja en mi recuerdo la existencia de niños que temen ir al colegio, mientras muchos pensamos que la escuela debería ser un espacio para los sueños y para la felicidad. Y al mismo tiempo, la vergüenza de padres y maestros que ven la solución en echar a otros niños de la escuela porque no somos capaces de enseñar a que aprendan a vivir y a crecer juntos.

Vergüenza ajena cargada del recuerdo de que hay niños y niñas en la calle, (o en el oscuro mercado del trabajo), cuando deberían estar en la escuela. Y con la insatisfacción de que las energías invertidas no han conseguido traerles a los espacios felices de la educación.

Un año más, en una serie que duele por lo larga, en el que queda el doloroso recuerdo de mujeres muertas a manos de compañeros que confunden afecto con propiedad; y con el sentimiento vergonzante de que no hemos sido capaces de evitarlo.

Si. Atrás queda un año en el que, en muchas ocasiones sentí como propia la vergüenza ajena por múltiples motivos. Pero amanece otro con la esperanza de que el empeño personal y el compartido nos empujen de la vergüenza a un orgullo sanamente compartido.

2 comentarios

  1. Otro año menos de vergüenza ajena. ¡¡Si se pudiera hacer algo de verdad!! Terrible pesadilla la de la explotación infantil y la de la violencia de género. ¡¡¡Que asco!!!

  2. Voy con retraso…como casi siempre, en ver este relato corto tuyo sobre la realidad cruda y dura de nuestra contemporánea sociedad y ciertamente yo también me siento muy avergonzado de lo que escucho, veo y siento cada vez que pongo la televisión o abro un periódico…..lo que más me entristece y cabrea es lo poco que parece podemos hacer ante tanto dolor.

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