Innecesarios e imprescindibles.

Acumulamos cosas innecesarias absolutamente imprescindibles.

No, no es un error.

Miro a mi alrededor y encuentro muchas de estas cosas que no necesito pero sin las cuales no me gustaría pasar. Y tengo casi la absoluta certeza de que no es diferente contigo.

Por ejemplo, poniendo un poco de orden en el estudio encontré una caja de cartas y tarjetas. Muchas de ellas terminaron, después de mucho tiempo atesoradas, en la pila de papel para reciclar. Rescaté, en el último momento, una sobria felicitación de Navidad de dos mil cinco. Desde entonces ha estado conmigo aunque yo casi no la recordaba. Hemos compartido dieciséis navidades e incluso una mudanza. Al ponerla hoy de nuevo entre los imprescindibles innecesarios recordaba como la encontré una mañana de finales de diciembre en la mesa del despacho donde entonces trabajaba.  El jefe había optado por un mensaje individualizado para cada uno de nosotros. En ese mundo frio y demasiado impersonal que en ocasiones son las oficinas nunca supe cuál fue el mensaje de los otros. El mío hace referencia a mi sonrisa y a su deseo de que me siguiera caracterizando en el nuevo año.  De la primera yo no era consciente pues me creía revestida de la seria oficialidad imperante en el contexto. De su deseo, creo haberlo cumplido egoístamente más allá del inicio de dos mil seis. De vez en cuando, si amanece en gris, recuerdo aquel mensaje que nadie sabe cómo me llegó al alma, y sigo animando mis días y mis años nuevos con las sonrisas que me regalo.

También limpio el polvo, de cuando en cuando, a un jarrón minúsculo de porcelana verde firmado con rotulador permanente con lo que algún día fue un gato psicodélico estilizado. Es una pieza horrorosa de imitación china. Algún “sanvalentín” llegó a mis manos. Creo que era uno de los de los ochenta. Nunca me gustó, pero ha sobrevivido a los avatares de los tiempos y no me siento con autoridad para deshacerme de él. Sirve para dejar en su interior tornillos, arandelas o alfileres que aparecen sueltos de tarde en tarde. Tiene que haber algo de magia en las casas que hace posible que de tarde en tarde se encuentren tornillos o clavos sin que ningún mueble o aparato aparezca desvencijado. Seguramente son tan necesarios como el jarroncito que en mi casa sirve para guardarlos; e igual de prescindibles para el funcionamiento óptimo del objeto en el que llegaron a mi casa. Si alguna vez he intentado cambiar de sitio el jarrón innecesario, me encuentro con un espacio vacío que reclama algún adorno, y lo convierte en imprescindible. Así que allí sigue estando después de demasiados años el jarrón minúsculo de porcelana verde firmado, en la parte de atrás.

La cocina es un espacio privilegiado para cosas innecesarias absolutamente imprescindibles. Si das una vuelta por la tuya en estos momentos encontrarás algunas. Yo no necesito verlas para hacer una enumeración: los imanes de la puerta de la nevera, saleros que se han usado como mucho una vez, la botella vacía de aquella bebida que tomé en un sitio exótico y me traje como talismán del momento, … Pero hoy, desde el escritorio, me acuerdo especialmente del botijo. Vive permanentemente encima de uno de los armarios. En algún tiempo fue un cacharro imprescindible para sobrellevar los rigores del verano. Y a mí me gusta el frescor del agua en el botijo y ese suave olor a barro que lo acompaña. Sin embargo el mío se pasa el invierno encima del armario de la cocina esperando que llegue el verano y lo cure para acompañarme. Y cuando por una u otra razón vuelvo a ser consciente de su presencia, los rigores del verano están a punto de expirar y el botijo ni ha bajado de las alturas ni merece ya la pena que lo haga hasta la próxima temporada. El verano de dos mil trece debió de ser el último que trabajó. Por tanto, el botijo en mi casa es, muy a mi pesar, otro de los objetos innecesarios de los que no estoy dispuesta a prescindir.

Podría seguir con una larga lista de cosas innecesarias pero absolutamente imprescindibles que acumulamos. Podría incluso llevarlo al plano metafórico y hablar de personas o incluso situaciones que también lo son.

Prefiero retarte, si me lees, a que me cuentes los innecesarios imprescindibles que te acompañan.

2 comentarios

  1. Cuando soy consciente, de como llamas, los innecesarios imprescindibles, que hay a mi alrededor, Nohemí, me pasa lo que a ti, todos cuentan con alguna pequeña historia, que atan de alguna manera su supervivencia al lugar donde están y claro si lo pienso, siempre llego a la misma conclusión, tanta huella dejaron en su momento? A veces sólo somos… recuerdos andantes, no te parece. Abrazos 🤗

  2. Tengo demasiados objetos con esa cualidad. A veces pienso que debería comenzar a desprenderme de todos ellos, me atan de forma invisible. No sé si es por el miedo al futuro, a no saber qué va a pasar por lo que nos refugiamos en esas pequeñas cosas que nos traen recuerdos de un pasado que nos confirman que hemos vivido.

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