Desertor de grulla.

Se había dormido mientras miraba a las grullas que cruzaban el pequeño cielo de una ventana hacia ninguna parte. Acurrucado frente al fuego y envuelto con una manta que había dado muchos abrazos y acompañado muchos viajes, observaba una bandada que, con precisión geométrica, se alineaba hacia un lugar mejor aún cuando sabían que volverían, con la misma precisión, al lugar de origen.

Sabía que él ya no quería moverse del lugar donde estaba. Tenía un techo, la vieja manta que guardaba todos los aromas que había amado, y el fuego encendido. No necesitaba más para sentir lo que otros llamaban calor de hogar, y no le importaba cómo ni porqué había llegado a esa pequeña casa que había convertido en suya. No le importaba tampoco lo que pensarían las otras grullas con las que alguna vez compartió caminos de ida o vuelta. Ni siquiera quería plantearse si desearía alguna vez volver a ser parte de la bandada, o si algún día ansiaría retomar el vuelo.

Las miraba a través del cerco de la ventana y se le antojaban un elemento decorativo de aquella austera estancia.

Las grullas, …Se sentía desertor de grulla. Siempre había querido viajar; ir, volver, descubrir; encadenar aventuras e ir envejeciendo con ellas.

Y sin embargo hoy, a medida que el fuego pasaba de las primeras llamas, con exceso de vida, a la incandescencia de los troncos ardientes antes de ser cenizas, quería quedarse. Por primera vez la certeza de una morada, el calor de su manta y el olor a la leña quemada le guiaban al sueño.

Y así fue abandonando la vigilia. Soñando que había sido parte de la bandada de grullas que atravesaban el cielo mostrado en su ventana. Soñando que las dejaba ir hacia un lugar que era mejor para ellas, pero no para él.

Había encontrado su mejor lugar en tierra, frente al fuego, sin más ataduras al pasado que la vieja manta que había dado muchos abrazos y acompañado muchos viajes, y ahora cubría su sueño.  

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