De cómo decir una cosa y la contraria.

Suena, en una emisora de radio a través de  mi televisor, una vieja copla “… lo que me dicen tus ojos, me lo desmiente tu boca…”. La tarareo. No me acabo de enterar cual de los dos órganos expresivos dice amor y cual odio. Es mi sino, estar a lo mío hasta que algo, sin permiso ni licencia me trae a otra cosa.

No me preocupa quien canta, solo me ha parecido tan cierto que he sentido la tentación de cerrar los ojos y llevarme la mano a la boca para evitar tamaña contradicción. Pero como lo mío no es, en esencia, hablar de mi, la sevillana ha arrancado mi mente por peteneras, y he acabado viendo en todo y en todos, ojos y bocas que se desdicen.

Un sencillo paseo por la actualidad me trae numerosos ejemplos en los que palabras y hechos, como ojos y boca en el cantar popular, se me antojan opuestos. Pienso, por ejemplo, en la negación que supone que a una ley que recorta las prestaciones sociales se la llame, Ley de Medidas Complementarias para la Aplicación del Plan de Garantías de Servicios Sociales. Se me ocurre pensar en la bondad de lo malo cuando una de las soluciones propuestas para salvar los problemas de la economía es un “banco malo”. He asistido recientemente a alguna mesa redonda en la que, desde el inicio,  no se han permitido los diálogos entre participantes. No sé a quien llamar ojos y a quien boca, pero la confusión entre una cosa y la contraria, está servida.

“Ay cabeza, loca, …” sigue el compás, y mi neurona, alienada como la cabeza de la amada, encuentra permanentes desmentidos en situaciones y discursos recientes en mi entorno profesional. He oído que se recorta en recursos educativos para aumentar la calidad de la educación; que se segrega a alumnos por sexos o capacidades para mejorar su integración; que se evalúa el sistema educativo cuando se sobre examina a los alumnos. He oído y leído que se pretende avanzar en modelos educativos reproduciendo los del pasado o hablar, a gritos casi, de participación, mientras se niega la toma de decisiones a los ciudadanos. He oído llamar evaluación interna a la que siempre termina atribuyendo a variables externas los resultados negativos. He oído y leído tantas cosas que no sé si a las palabras les han cambiado el significado sin contar con los hablantes o si yo, en lo que a comprensión se refiere, “soy como una ola que siempre muere en la roca”.

La sevillana acaba, mis peteneras no. La locura lingüístico mental que me ha generado escuchar una canción, se me ha quedado crónica; quizá la sufriera antes sin diagnóstico. Es posible que el trastorno de amor entre el lenguaje de los ojos y el de la boca, a fuerza de cantarlo, se haya convertido en esquizofrenia genética del castellano, ¿o quizá sea a la inversa?

Posiblemente, no quede otra que la eterna contradicción. Vean si no que la sevillana que ha desencadenado el texto sonaba en una emisora de radio que yo escuchaba por mi televisor. Y es que ya no se sabe, tampoco, si radio y tele son la misma cosa, o la contraria.

«Me lo contó tu mirada que me querías …pero tu boca me dijo chiquilla que no eras mia. ¡Ay, cabeza loca! lo que me dicen tus ojos me lo desmiente tu boca, y yo soy como una ola que siempre muere en las rocas».

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