Autorretrato.

Está sentada en el sofá, un sofá extraño que la acoge mientras se piensa. La televisión le cuenta las mismas noticias de siempre, comentadas con un tono nuevo o con algún toque de agenda que se cuela en la actualidad, y que ella escucha con una indiferencia que se ha ido creciendo en los últimos tiempos. No necesita mirar al televisor, su mirada depende del folio en blanco que está dispuesta a llenar y se distrae, solo lo imprescindible, lanzando un ojo por la ventana que le devuelve el cielo azul y frío de febrero.

Tiene que presentarse, ¿mas quién es ella? Duda qué destacar. Ya ha escrito otras presentaciones. Si el folio hoy no se llena o se emborrona, puede tirar de ellas; son sinceras.

¿Debería empezar por lo físico?

Se lo toma como un ejercicio escolar. Es posible decir que es más bien baja; que no se siente fea aunque no es guapa; que lucha contra unos kilos que no llegan a angustiarla, … Puede empezar por dar detalles: lleva media melena castaño natural y se empeña en mantenerla lisa contra la voluntad del propio pelo. Sus ojos son marrones, aunque alguien le ha dicho en tiernas ocasiones que pueden alcanzar un reflejo verdoso al mostrarse más vivos. Su tez es clara, pero no pálida, …

Mira por la ventana de soslayo y le parece inútil lo que ha escrito. La quietud de la tarde la despista y quiere empezar de nuevo su retrato.

¿Qué tal si contara algo de su historia?

Nació en el sesenta y ocho pero no fue elección y no es por tanto mérito. Ignora si eligieron por ella, y se siente querida desde entonces.  Cree que ha sido feliz y tiene decidido seguir siéndolo.  Su casa siempre ha sido bulliciosa; siete hermanos en tiempos de distracción nada electrónica. Y frecuentes visitas por distintas razones: la fragua del padre siempre estuvo en la casa, una familia extensa que era también numerosa, adscripción religiosa en minoría que fue causa de frecuentes reuniones en casa, … Se sorprende. Su historia de algarabía parece no encajar con la imagen que muestra de mujer solitaria, independiente, emancipada en una casa en la que al escribir no se escucha más ruido que el de un televisor a medio tono que emite su monólogo.

Pero hablar de su origen no es hablar de su historia. Pudiera ser tedioso para quien lo leyera seguir toda su infancia, después la adolescencia, juventud, madurez, … ¡Se siente tan pequeña! ¡Pero ha vivido tanto! Que de nuevo abandona y vuelve a la ventana. Unos niños inician un juego en el jardín.

¿Podría quizás hablar de su presente?

Trabaja, quizá eso la defina. Y se siente feliz con el trabajo que ha vivido como un continuo cambio dentro de su querer. Le satisface. Se sigue definiendo como maestra aunque hace ya diez años que no ejerce. Echa de menos el ruido de la escuela. La educación le gusta (iba a decir “le pone” pero suena excesivo para el primer contacto y pueden “ponerle” muchas cosas que no debe contar en la primera imagen). Dirección, orientación, formación, asesoramiento, … y ahora inspección. Demasiado sonoras las palabras para el sentido humano que deben encerrar.

Mejor cambia de tercio y empieza nuevamente su retrato.

Es mujer.

Se llama Nohemí y le agrada su nombre.

Ha terminado su jornada en el despacho y se ha sentado a escribir. Tiene que presentarse para empezar el curso y quiere ser sincera.

Se siente cómoda en el recién inaugurado estudio en el que pasa la mitad de la semana por razón de trabajo. Le encanta la luz que tiene y las vistas a la ciudad tranquila, especialmente hoy que es casi primavera y se le antoja que tiene luz de otoño.

Quiere escribir. Lo sabe desde hace tiempo, pero necesita ayuda para hacerlo e impedir que la vida se le pase tan rápido que quede lo importante sin hacer por atender tan solo a las urgencias.

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